El Misterio del Pecado Original

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El pecado original, según la doctrina cristiana, es el primer pecado cometido por Adán y Eva, expresado en su desobediencia al mandato de Dios. Dios ordenó claramente: “No comas del árbol del conocimiento del bien y del mal”, pero Adán y Eva desobedecieron este mandato, marcando el primer acto de desafío contra la voluntad del Creador. Desde una perspectiva bíblica, este acto introdujo el pecado en el mundo, ya que hasta ese momento la desobediencia no existía y, en consecuencia, tampoco el pecado. La desobediencia fue la primera manifestación del pecado, y a través de Adán se extendió a todos sus descendientes.

Así, una persona nace con una predisposición a la desobediencia y una rebelión interna contra la voluntad del Creador. Esta rebelión puede manifestarse con distinta intensidad, pero está presente en cada individuo como evidencia de una voluntad quebrantada que se resiste a someterse a Dios. Incluso en los niños este elemento está presente; sin embargo, cabe enfatizar que este no es el pecado por el cual Dios juzgará, siempre que—Dios no lo quiera—los niños mueran en la infancia.

La raíz del pecado, o la llamada “quinta columna”, existe dentro de cada persona, y en la tradición judía se la conoce como “yécer hará”, un principio maligno que impulsa a resistir los mandamientos de Dios y Su gobierno en nuestras vidas. Cristo murió para liberar a las personas de esta inclinación interna hacia la rebelión. En su Epístola a los Romanos, el apóstol Pablo se refiere a este poder como la “carne”, que en hebreo se expresa con el término “basar”.

Un aspecto importante es que las personas no nacen pecadoras en el sentido literal. Nacen espiritualmente muertas como resultado del pecado de Adán, lo que significa que son incapaces de funcionar plenamente para Dios. En este sentido, la humanidad está “rota” y necesita “tikkún” —restauración—. Por eso Dios concede Su Espíritu a las personas, para revivirlas y restaurarlas para una vida justa. La obra de Cristo, incluyendo Su muerte y resurrección, tiene como propósito este renacimiento y corrección.

Es importante señalar que no es el pecado de Adán en sí lo que se transmite, sino la naturaleza pecaminosa que surgió como consecuencia de la entrada del pecado en el mundo. La Escritura afirma claramente que cada persona será responsable de sus propios actos, por lo que no se puede afirmar que las personas sean culpables del pecado de Adán. Adán es responsable de su propio acto, y cada uno de nosotros de los nuestros. Aquí es necesario distinguir entre los conceptos de “pecado” y “pecaminosidad”: el pecado es un acto específico, mientras que la pecaminosidad es la naturaleza, la predisposición a tales actos.

Cuando Adán pecó, se abrió a una nueva naturaleza: la naturaleza del pecado, que lo sometió a él y a sus descendientes. Cabe señalar que el concepto de pecado original fue introducido por Agustín, quien fundamentó esta enseñanza en su tratado De diversis quaestionibus ad Simplicianum en el año 396. Antes de Agustín, el concepto de pecado original no existía en la teología cristiana. El término peccatum originale (pecado original) se incorporó a la teología occidental gracias a Agustín, mientras que la tradición cristiana oriental, basándose en la comprensión judía de las Escrituras, mantuvo durante mucho tiempo un enfoque diferente sobre la caída del hombre.

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